Me sorprendía la cantidad de papeles que
una persona puede acumular durante su vida, reconocimientos, recibos,
documentos, copias, exámenes, algunos papeles fueron útiles en su momento
mientras otros nunca lo fueron, pero en este momento solo quería ordenar el
caos que gobernaba a toda una colonia de carpetas y sobres. Algunos papeles me
daban orgullo, otros vergüenza y la mayoría aburrimiento, pero todos estaban
ligados a momentos y recuerdos, es fácil olvidar con el tiempo pero la tinta,
el carbón y el papel perduran el tiempo que sean cuidados.
Entre estos papeles una carpeta que se
confunde con las demás al ser abierta encuentro que está repleta de ideas e
imaginaciones que alguna vez cruzaron por mi cabeza, ideas que se cristalizaran
en creaciones eran pocas pero parecían haberme esperado todos estos años para
darles una nueva oportunidad, olvide por un momento la limpieza que realizaba y
al ver la maltratada carpeta cayeron dos pequeñas hojas que alguna vez
pertenecieron a una agenda que nunca recibió ni un numero ni la noticia de
alguna cita, pero algo más importante se encontraba en esas dos humildes hojas,
una dedicatoria inconclusa para aquel que ahora reposa en paz. Quizás ahora que
he visto el hueco que ha dejado en nosotros, sus seres queridos, pueda terminar
las palabras que con inocencia había empezado.
Todo comenzó un día normal, como cualquier
otro, llegue a mi hogar pensando en cosas banales y sin real importancia cuando
recibí la noticia de que mi abuelo había fallecido esa misma madrugada. Todo lo
que tenía en la mente se desvaneció en un instante y sin alguna idea de que
hacer me dirigí a mi madre para ver como se encontraba tras la noticia, mis
ideas aun no habían vuelto así que casi mecánicamente respondí que ya me habían
dado la noticia para que luego el ambiente se cargara de silencio... Nos
preparamos a salir de inmediato.
Durante el viaje trate de meditar sobre lo
que ocurría pero por más que intente parecía que mi mente trataba de evitar el
tema, tal vez en realidad toda la familia pensara de la misma forma ya que las
amenas platicas del camino por unas horas parecieron hacernos olvidar el motivo
del viaje, risas, anécdotas extrañas, recuerdos felices parecían salir a flote
fácilmente cuando la norma al hacer un viaje tan largo era el silencio y el
sueño profundo, aunque dudaba de que alguien pudiera dormir en este momento. El
camino era tan largo como confuso pero la amable gente que encontrábamos
durante nuestra travesía nos indicaba la dirección a seguir cuando perdíamos el
rumbo a nuestro destino.
Al llegar no pudimos evitar recordar el
motivo de nuestro viaje: caras alargadas, gente tomando. No dudaría de que casi
toda la gente del pequeño pueblo se encontrara presente; al llegar el llanto de
mi madre que hasta ahora no se había presentado salió a flote para unirse al
coro de dolientes, casi parecía que era su deber llorar junto a los demás pero
sabía muy bien que cada una de sus lagrimas era sincera. Mis tíos la llevaron
adentro de la casa donde se estaba efectuando el velorio, trate de seguirla
pero solo pude quedarme en la entrada observando aquel ambiente extraño que
cubría este lugar que tan familiar me era, un lugar donde solían estar las
risas y alegría pero que este suceso transformaba en tristeza, llanto y
melancolía.
Dos hileras de sillas se extendían en el
interior invitando a la gente a entrar y murmurar sobre antiguos recuerdos,
tenía que entrar y enfrentarme a la idea que inundaba el ambiente pero no
quería pensar. Al cruzar la puerta al interior de la vivienda un enrarecido,
casi podría decir que espeso aire pareció cubrirme y llenarme haciendo que
sintiera mareos, instintivamente di un paso atrás volviendo a salir al exterior
para tratar de librarme de aquella sensación pero sabía que no debía de irme
aun, hice un esfuerzo para volver a cruzar el umbral y dar los pocos pasos que
me separaban de él.
Se encontraba frente a mí, en un sarcófago
sencillo de color café guardando en su interior a mi ancestro reposando con la
paz que lo caracterizo en vida. Incluso su final había sido pacifico; el sueño
eterno llego mientras observaba tranquilamente la televisión, ni un quejido, ni
una molestia, solo un sueño profundo que se llevaría su último aliento para
recibir el descanso definitivo. Mi mente parecía no querer procesar lo que
veía, simplemente nunca pensé que vería algo así, bien sabia que esto era algo
muy común, pero no se desea pensar en ello. No podía hacer nada más que admirar
la obscura caja, me acerque poco a poco viendo su perfil para luego observar su
rostro, tan tranquilo y vestido con aquella camisa azul como sus ojos, que le
gustaba tanto.
Escuchaba claramente a mi madre llorar
junto con sus hermanos y hermanas, cada persona que llegaba se unía a la triste
canción de llanto y lagrimas que parecían entonar mientras yo solo podía
observar desde una esquina, parecía que no podía hablarse más fuerte que un
susurro y como músicos los grillos acompañaban la noche con su réquiem. El
momento era triste y no podía si quiera dar una palabra para intentar
consolarla que no fuera "si", "no", "estoy bien".
Sabía que debía sentirme triste, pero me encontraba con tal confusión que no
sabía si lo estaba, simplemente llorar era algo que no podía si quiera
imaginarme aun en este ambiente...
Aquellas eran las últimas palabras escritas
en las tristes hojas, ahora podía recordar ese momento, no sabía cómo
expresarlo pero sin duda tristeza era lo que sentía y esas hojas eran el fruto
de tratar de desahogarme de alguna manera que yo pudiera manejar. La gente
cambia con el tiempo y quiero pensar que si yo estuviera en esa situación ahora
lloraría ante tal escena, pero a veces temo que esa idea sea una ilusión
impuesta por mí. Lo que sí puedo asegurar es que ha dejado un gran vacío en
todas las personas que tuvieron la gracia de conocerlo como lo muestra el hecho
de que el pueblo mismo se puso de luto con su partida, producto de una vida
guiada por la ayuda al prójimo. Cada vez que visito aquella casa donde pude dar
mi despedida, cada vez he cruzado las arenas para ver su lugar de descanso
último en el campo santo.
En memoria de Juan Pablo Alemán.
Por: Yosefat Nava Alemán
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